En cada palabra, quejido, grito, carcajada, en todos los carretes de cintas, en discos de vinil, en discos compactos, en discos piratas, en cassets y modernos ipods que guardan tu voz.
En la colección discográfica de un hombre de 60 años que se sienta en un sillón y ve la portada de tu disco L.P. recordando que él también tuvo cabello, que su piel era tan tersa como la tuya y que también tuvo ideales, y que peleó por ellos y gracias a ellos.
En un concierto de Riders on the storm donde aparentemente no estás, pero esa mujer canosa que baila a go go, suspira al recordarte cantando “Hello, I love you” y sigue gritando “Jim, te amo” como si fueras tú el que estuviera cantando.
Estás en la mochila sucia, en el cuarto desordenado, en los grandes sueños de un adolescente que por ahí supo de ti, y sin importar las brechas generacionales, que contigo no existen, se sintió identificado contigo.
¿Te das cuenta? Un hombre que tendría 64 años, es el mejor compañero de un niño de 12. Y es que tú te quedaste en ese momento de la vida en que todos los jóvenes de edad y corazón te sentimos cerca.
Ay, JIM, pero si tú aquí estás, y estás en Los Ángeles, en Nueva York, en San Francisco, en Londres, Monterrey, Buenos Aires, Berlín, Santiago, París, Río de janeiro, Lisboa, Estado de México, Jalisco, Torreón, Distrito Federal. Estás en todas partes.
Tu foto adorna bares, fuentes de sodas, escenarios teatrales y cinematográficos, tiendas de discos, mercados, puestecitos afuera de las escuelas, y recámaras, tantas recámaras de jovencitas, jovencitos y otros no tanto, pero ahí estás, tu mirada nos observa cada mañana al despertar y ahí estás para darnos las buenas noches.
Estás en los cuadernos que van y vienen de la escuela a la casa, al parque, con la novia o el novio. Sigues siendo un emblema para millones.
Si tú crees que te fuiste estás muy equivocado. Yo te siento junto a mí cada que estoy en mi cuarto, que voy en la calle, que estoy en la playa, en el campo, en una sala de espera, en una librería, y leo tus palabras...
Y me hacen descubrir, me cuestionan, me hacen temblar, me sacuden, me hacen cosquillas pero nunca se quedan quietas, las plasmaste de tal forma que parecieran cobrar vida, y brincan en el escenario, o se arrullan en una hamaca o se cuelgan del palo de una vela, andan en bicicleta, fuman, toman, se ríen, abrazan, besan, viven. Tú vives en ellas, en cada una y en todas en su conjunto.
Tu voz, a veces suave, a veces fuerte y gritona, llega al lugar más recóndito, acaricia, golpetea o pellizca, hurga en los sueños y los hace más grandes.
Tú estás junto a nosotros, apenas ayer te vi, al lado de quien pide libertad de expresión y de todas las formas que tiene la libertad.
Eras tú el que estabas ese día haciéndonos pensar, no conformándonos, buscando cada vez más y más allá, cruzando al otro lado. Yo se que eras tú, estoy segura de que sigues siendo tú.
Aquí sigues en una foto y una flor que cruzaron miles de kilómetros de océano para pedirte que estuvieras siempre junto a nosotros. Y sigues estando, en un libro que di como llega una pelota a un niño un 6 de enero, en unos discos que ya habían sido escuchados y por eso tenían más valor.
Y sigues en el corazón de dos seres que juntos o no, siguen unidos por ti, por ese lazo invisible pero indestructible que sólo una persona como tú podría tendernos, cada uno tomo una punta y jamás la soltaremos.
JIM, hermosísimo, sigues y seguirás aquí porque las canciones, las poesías y tú, son eternos.
Amalia Rangel Carrillo
3 de julio de 2008